El pecado es un problema universal. Nadie está libre de cometerlo. La santidad que Dios desea ver en nosotros sería una virtud inalcanzable si dependiera de nosotros. La buena noticia es que en Cristo hay vida con la cual podemos vivir una vida santa.

“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” 1 Juan 3:4.

Según el verso 3, los hijos de Dios tratan de vivir una vida santa mientras esperan al Señor Jesús del cielo. Dentro de este constante afán de vivir para la gloria de Dios, de repente se cometen pecados. Sería fácil llamarlos un desliz, un desacierto, o una indiscreción involuntaria. Juan el apóstol define el pecado con términos claros; “el pecado es infracción de la ley de Dios”. La ley de Dios debe ser la regla con la cual toda persona se mide pues “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” Romanos 7:12. Obedeciendo la voluntad de Dios que es expresada en la ley jamás nos llevará a cometer pecado. Es importante que el individuo se dé cuenta de que si comete pecado, ha infringido la ley de Dios.

Con el verso 4 Juan introduce el tema del pecado y los versos que siguen indican lo que Dios tuvo que hacer para conseguir que el pecador pudiera vivir una vida diferente en santidad. Ningún ser humano es capaz de combatir el principio del pecado que es parte de su propia naturaleza. Su condición de pecador le priva del recurso de la santidad para vencer el pecado residente en su ser. La ley establece las reglas de la santidad y condena al que las infringe. La ley no puede sacar al pecador de su condición. La ley establece lo que Dios desea e indica la consecuencia cuando no es obedecida.  La única solución para el problema es poseer la vida que se recibe por fe a través del Señor Jesucristo; “porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” Romanos 8:3-4.

En todo asunto legal, la transgresión de cualquier ley trae consecuencias. Igualmente la ley de Dios dicta la sentencia de muerte al que la infringe. Pero hay buenas noticias: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,… Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” Romanos 8:1-2. Gracias a Dios porque los que en Cristo confían no sufrirán ninguna condenación, sino que disfrutarán de la vida eterna en comunión con Dios. Los que reciben la vida eterna a través del Señor Jesús hallan que por medio de Él se puede vencer la tentación y evitar el pecado. –daj

Lectura Diaria:
1 Samuel 14:1-52 [leer]
Isaías 52:13-53:12 [leer]
Romanos 1:1-17[leer]