“Este (el Señor Jesucristo) por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” Hebreos 7:24-25.

Hemos visto brevemente la función del Señor Jesucristo como Sumo Sacerdote en cuanto a su función “sacrificial” (Cristo como sacerdote y a la vez ofrenda). Ahora veremos algo acerca de su función intercesora. Ya antes de la cruz, Jesús intercedió por los suyos en Juan 17 (“yo ruego por ellos”) por Simón Pedro (“yo he rogado por ti”) y por sus captores (“Padre, perdónalos”). También lo hace ahora, y lo hace siempre según leemos en el versículo de la fecha. Cristo aboga para restaurar a la comunión con Dios al creyente que ha caído, a nosotros.

 

Como creyentes disfrutamos de los resultados eternos de la cruz: el perdón definitivo de los pecados, la deuda con Dios cancelada para siempre, libertad del juicio, una condición inalterable de hijo, una morada eterna en los cielos. Sin embargo, otra cosa es la comunión, cuyo sentido vemos en las palabras de Jesús a Simón Pedro la noche en que lavó los pies de sus discípulos (Juan 13:5-10) “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” Si no te lavare, no tendrás comunión conmigo. Sin este lavado espiritual no podemos tener comunión con Cristo. Según 1ª Juan 1:6-2:2 implica la confesión. La confesión es un principio eterno para que un hombre pueda acercarse a Dios porque tenemos la tendencia de negar nuestros pecados. Debe haber una actitud constante (si decimos) y la limpieza es constante (nos limpia). Somos limpiados cuando andamos en comunión con el Señor, en luz (dispuestos a hacer ajustes a nuestra vida, de acuerdo a la santidad de Dios).

 

Si la comunión del cristiano se interrumpe a causa de un pecado no confesado, Cristo aboga su causa, sobre la base de su sangre preciosa. El da la cara por nosotros, cada vez que pecamos de pensamiento o de acción. Cristo es nuestro abogado, para asegurar nuestro perdón como culpables, no para decir que seamos inocentes. Sin un lavamiento diario, constante, ningún cristiano puede tener comunión con Cristo. Para una comunión plena, el secreto es mantener esa actitud de confesión y dependencia y hacer los ajustes de la vida que Dios indique. Aprendamos a valorar el oficio sacerdotal que Cristo realiza hoy en la presencia del Padre a favor de hombres débiles como nosotros. Confesemos nuestros pecados y agradezcamos a Dios por tener este gran Sumo Sacerdote y ante todo pecado y caída, acudamos enseguida a Cristo, pero en esta experiencia de restauración no tomemos el perdón con frivolidad, no nos perdonemos demasiado rápido. Dejemos que el Espíritu Santo grabe en el alma la lección positiva que solo Dios puede extraer de nuestras caídas. –RC

Lectura Diaria:
Éxodo 34:4-35 [leer]
/Salmos 85:1-86:17 [leer]
/Hechos 20:17-38 [leer]